Las mujeres llegaron a casa de Mauro y encontraron las puertas estaban abiertas de par en par. En el cuarto donde estaba trinidad había una pequeña vela cuya flama hacía ligeras oscilaciones que provocaban una especie de parpadeo en la iluminación en el enjarre de las paredes. Puesto que la puerta estaba abierta, la luz se veía desde el patio.
Al entrar al cuarto, encontraron a Trinidad sentada en una silla de madera, con una mirada de miedo y de dolor a la vez. Tenía la mirada como perdida, mirando fijamente el balanceo de la flama de la vela.
--¿Cómo estás hija?, preguntó doña Soledad.
--Tengo miedo. Como si algo malo fuera a pasar.
--Tranquila hija, no tardan en llegar Mauro y doña Leonor. Todo va a salir bien. Marina se va a llevar el niño a la casa para que lo cuiden las muchachas.
--Ahí está dormido en la cuna, llévatelo así dormido, tápalo bien con la cobija pa que no le vaya a dar aire. Ordenó Trinidad a Marina.
Marina se acercó a la cuna silenciosamente, se inclinó sobre la cuna, metió la mano derecha entre inés y la cocha que hacía el papel de colchón y se erguió ya con el niño en brazos. Finalmente lo cubrió bien con la cobija.
--Ya me voy con el niño, dijo Marina.
--Andale pues, no lo vayas a destapar porque le da aire, respondió doña Soledad.
Cuando Marina iba saliendo con el niño se escuchó el tropel del caballo en el venían llegando Mauro y doña Leonor en la silla y la enanca respectivamente. Marina siguió su camino y no se encontraron.
En cuanto llegaron en el caballo, Mauro se bajó de un brinco y rápidamente se acercó a la silla para darle la mano y ayudar a que la vieja se bajara del caballo.
--Deje le ayudo a bajarse, apóyese en mi mano.
--Gracias Mijo.
En cuanto se pudo bajar la señora entraron hasta el cuarto donde aguardaban las dos mujeres.
--Buenas noches, ah no, ya son días verdad?
--Buenos días doña Leonor respondió doña Soledad.
Trinidad no respondió nada, seguía con la mirada dirigida hacia la vela.
--Mauro, déjame con ella, y usted señora busque sábanas. dijo doña Leonor.
--Está bien, voy a estar en la cocina por si algo se ofrece. Dijo Mauro.
El hombre se paró, tomó una vela y se acercó a la vela encendida para tomar fuego de ella. La encendió y salió rumbo a la cocina. Por su parte doña soledad se puso a buscar sábanas en la petaquilla que estaba a un lado.
Cuando Mauro cruzó por el patio entre el cuarto y la cocina, el aire apagó la llama de su vela, así que al entrar a la cocina localizó "a tientas" la bombilla de petróleo que estaba puesta sobre la mesa y se dio a la tarea de encontrar la caja de cerillos en plena oscuridad. Caminó hacia el pretil y cuando estaba a punto de llegar, un gato que estaba calentándose con el calorcito de las brasas ya casi extintas, saltó espontáneamente dándole uno de los mayores sustos de su vida. ¡Che gato cabra grande!
Mauro recordó que la caja de cerillos siempre era puesta a un lado de la prensa de hacer tortillas, en una rendija entre los adobes, en el otro lado del pretil. Así que caminó rodeando el pretil y agarró la caja de cerillos. Si tenía una fuente de iluminación no era necesario que ahora tratara de encontrar la bombilla en la oscuridad, así que prendió un cerillo para que se le facilitaran las cosas. En lo que llegó hasta la bombilla el cerillo se consumió por completo. Ya estando a un lado de la mesa, encendió otro cerillo y con el mismo encendió la bombilla.
El hombre estaba muy nervioso y caminaba de lado a lado por toda la cocina. Para calmarse un poco decidió hacerse un café bien cargado, pero ya solo quedaban cenizas en el lugar dónde el gato estaba acurrucado. A un lado del pretil, cerca de donde estaba guardad la caja de cerillos había un costal con olotes. Mauro se acercó y agarró dos puños con las dos manos y los puso a un lado de la ceniza. Con un olote removió la ceniza y bajo unos cinco centímetros descubrió unas diminutas brazas. Colocó los olotes sobre ellas y trató de evitar que se apagaran pero fue en vano. Ni humo salió.
El pretil tenía un espacio hueco en el otro lado, en donde guardaban una botella con petróleo. Mauro sacó la botella, roció los olotes con el combustible y los encendió con un cerillo. Como si se tratar a de un truco de magia, los olotes encendieron al instante. A un lado del costal estaba un tercio de leña de manzanilla. Mauro agarró tres de ellos y los acomodó sobre los olotes. Una vez encendido todo, colocó el comal y sobre de él puso a cocer el café en una olla de barro.
Estaba tomándose su jarro de café cuando escuchó el llanto del bebé. Dejó el jarro sobre la mesa y fue corriendo al cuarto.
Las mujeres llegaron a casa de Mauro y encontraron las puertas estaban abiertas de par en par. En el cuarto donde estaba trinidad había una pequeña vela cuya flama hacía ligeras oscilaciones que provocaban una especie de parpadeo en la iluminación en el enjarre de las paredes. Puesto que la puerta estaba abierta, la luz se veía desde el patio.
Al entrar al cuarto, encontraron a Trinidad sentada en una silla de madera, con una mirada de miedo y de dolor a la vez. Tenía la mirada como perdida, mirando fijamente el balanceo de la flama de la vela.
--¿Cómo estás hija?, preguntó doña Soledad.
--Tengo miedo. Como si algo malo fuera a pasar.
--Tranquila hija, no tardan en llegar Mauro y doña Leonor. Todo va a salir bien. Marina se va a llevar el niño a la casa para que lo cuiden las muchachas.
--Ahí está dormido en la cuna, llévatelo así dormido, tápalo bien con la cobija pa que no le vaya a dar aire. Ordenó Trinidad a Marina.
Marina se acercó a la cuna silenciosamente, se inclinó sobre la cuna, metió la mano derecha entre inés y la cocha que hacía el papel de colchón y se erguió ya con el niño en brazos. Finalmente lo cubrió bien con la cobija.
--Ya me voy con el niño, dijo Marina.
--Andale pues, no lo vayas a destapar porque le da aire, respondió doña Soledad.
Cuando Marina iba saliendo con el niño se escuchó el tropel del caballo en el venían llegando Mauro y doña Leonor en la silla y la enanca respectivamente. Marina siguió su camino y no se encontraron.
En cuanto llegaron en el caballo, Mauro se bajó de un brinco y rápidamente se acercó a la silla para darle la mano y ayudar a que la vieja se bajara del caballo.
--Deje le ayudo a bajarse, apóyese en mi mano.
--Gracias Mijo.
En cuanto se pudo bajar la señora entraron hasta el cuarto donde aguardaban las dos mujeres.
--Buenas noches, ah no, ya son días verdad?
--Buenos días doña Leonor respondió doña Soledad.
Trinidad no respondió nada, seguía con la mirada dirigida hacia la vela.
--Mauro, déjame con ella, y usted señora busque sábanas. dijo doña Leonor.
--Está bien, voy a estar en la cocina por si algo se ofrece. Dijo Mauro.
El hombre se paró, tomó una vela y se acercó a la vela encendida para tomar fuego de ella. La encendió y salió rumbo a la cocina. Por su parte doña soledad se puso a buscar sábanas en la petaquilla que estaba a un lado.
Cuando Mauro cruzó por el patio entre el cuarto y la cocina, el aire apagó la llama de su vela, así que al entrar a la cocina localizó "a tientas" la bombilla de petróleo que estaba puesta sobre la mesa y se dio a la tarea de encontrar la caja de cerillos en plena oscuridad. Caminó hacia el pretil y cuando estaba a punto de llegar, un gato que estaba calentándose con el calorcito de las brasas ya casi extintas, saltó espontáneamente dándole uno de los mayores sustos de su vida. ¡Che gato cabra grande!
Mauro recordó que la caja de cerillos siempre era puesta a un lado de la prensa de hacer tortillas, en una rendija entre los adobes, en el otro lado del pretil. Así que caminó rodeando el pretil y agarró la caja de cerillos. Si tenía una fuente de iluminación no era necesario que ahora tratara de encontrar la bombilla en la oscuridad, así que prendió un cerillo para que se le facilitaran las cosas. En lo que llegó hasta la bombilla el cerillo se consumió por completo. Ya estando a un lado de la mesa, encendió otro cerillo y con el mismo encendió la bombilla.
El hombre estaba muy nervioso y caminaba de lado a lado por toda la cocina. Para calmarse un poco decidió hacerse un café bien cargado, pero ya solo quedaban cenizas en el lugar dónde el gato estaba acurrucado. A un lado del pretil, cerca de donde estaba guardad la caja de cerillos había un costal con olotes. Mauro se acercó y agarró dos puños con las dos manos y los puso a un lado de la ceniza. Con un olote removió la ceniza y bajo unos cinco centímetros descubrió unas diminutas brazas. Colocó los olotes sobre ellas y trató de evitar que se apagaran pero fue en vano. Ni humo salió.
El pretil tenía un espacio hueco en el otro lado, en donde guardaban una botella con petróleo. Mauro sacó la botella, roció los olotes con el combustible y los encendió con un cerillo. Como si se tratar a de un truco de magia, los olotes encendieron al instante. A un lado del costal estaba un tercio de leña de manzanilla. Mauro agarró tres de ellos y los acomodó sobre los olotes. Una vez encendido todo, colocó el comal y sobre de él puso a cocer el café en una olla de barro.
Estaba tomándose su jarro de café cuando escuchó el llanto del bebé. Dejó el jarro sobre la mesa y fue corriendo al cuarto.
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